Trump quiere poner un ser humano en Marte: ¿qué pasará con el programa lunar Artemisa?
No todos los días un presidente estadounidense declara públicamente que quiere poner un ser humano en Marte, pero eso es precisamente lo que hizo Donal Trump el pasado 20 de […] La entrada Trump quiere poner un ser humano en Marte: ¿qué pasará con el programa lunar Artemisa? fue escrita en Eureka.
No todos los días un presidente estadounidense declara públicamente que quiere poner un ser humano en Marte, pero eso es precisamente lo que hizo Donal Trump el pasado 20 de enero de 2025 cuando juró su cargo como presidente de los EE. UU. por segunda vez. En concreto, Trump declaró que «llevaremos nuestro destino manifiesto hasta las estrellas lanzando astronautas estadounidenses a plantar [la bandera] de las barras y estrellas en el planeta Marte» (we will pursue our manifest destiny into the stars launching American astronauts to plant the Star and Stripes on the planet Mars). A continuación, Elon Musk, uno de los grandes oligarcas tecnológicos invitados a la ceremonia, estalló en júbilo.
Las palabras de Trump no pueden tomarse a la ligera. Por muy volátil, imprevisible —o impresentable— que sea Trump, todo indica que estamos ante un nuevo cambio de paradigma en el programa espacial tripulado del país más poderoso del mundo. Musk, que ha financiado generosamente la campaña de Trump y ha estado muy cerca de él estos últimos meses, declaró de imprevisto en X el 3 de enero que «la Luna es una distracción» y que «la arquitectura del programa Artemisa es altamente ineficiente. […] Se necesita algo totalmente nuevo». Y todo esto a pesar, no olvidemos, de que el programa Starship está actualmente integrado en el programa Artemisa, pues SpaceX debe suministrar el módulo lunar HLS para las misiones Artemisa III —la primera que se posará en la Luna— y Artemisa IV. Estas declaraciones hicieron saltar todas las alarmas: es evidente que se vienen cambios radicales en el programa Artemisa. Sea como sea, la ironía es más que evidente, pues fue el propio Trump quien en su primer mandato puso a la Luna como objetivo prioritario del programa tripulado estadounidense en detrimento de Marte y quien dio el visto bueno a la creación del programa Artemisa en 2019.
Entonces, ¿qué podemos esperar? Primero, dejemos las cosas claras: no hay ninguna posibilidad, repito, ninguna, de que EE. UU. pueda llevar a cabo una misión tripulada a la superficie marciana en los próximos cuatro años. Incluso una misión tripulada alrededor de Marte, técnicamente muchísimo más sencilla, está fuera de toda cuestión a no ser que se quieran asumir unos riesgos para la tripulación que no creo que nadie en su sano juicio esté dispuesto a aceptar. El año pasado Musk ya anunció su intención de lanzar cinco Starship a Marte en 2026 y una misión tripulada en 2028. Visto lo visto, es evidente que estas declaraciones no fueron casuales y que Musk estaba allanando el terreno para presentar a Trump su «plan marciano».
Por tanto, está claro que Musk va a intentar que Trump le dé los fondos para desarrollar su propio Das Marsprojekt con ayuda de una NASA a cargo de Jared Isaacman —ya veremos si el Congreso lo acepta como administrador— y de otras empresas aeroespaciales. Hablar es gratis, pero la clave, como siempre ocurre con los proyectos espaciales, está en los detalles técnicos y en el presupuesto. Habrá que ver qué planes concretos presenta Musk y cómo planea hacerlos realidad antes de hablar seriamente de plazos. Lo que no es objeto de discusión son las leyes de la física. Estas nos dicen que, paradójicamente, desde un punto de vista energético —medido en Delta-V o C3— es más sencillo enviar una nave a Marte en un viaje de ida que a una a la superficie de la Luna primero y, luego, a la órbita lunar. Esto no quiere decir que una misión tripulada a Marte sea solo de ida —algo que moralmente sería inaceptable—, sino que una Starship hacia Marte usaría la atmósfera marciana para frenar la mayor parte de su velocidad y, sobre todo, la arquitectura marciana de SpaceX se basa en utilizar recursos locales (ISRU) del planeta rojo para fabricar los propelentes del viaje de vuelta, dos cosas imposibles de llevar a cabo en la Luna. Por estos motivos, enviar una Starship a Marte requiere de menos lanzamientos que mandar el HLS a la Luna. Por contra, la compleja arquitectura del HLS de SpaceX del programa Artemisa sigue siendo motivo de incertidumbre y preocupación.
Lo que no sabemos es qué pasará con el programa lunar Artemisa. Cancelarlo en pos del sueño marciano de Musk será muy complicado, no importa lo poderoso que se haya vuelto el dueño de SpaceX. Incluso involucrando a otras grandes empresas espaciales en la empresa marciana, una cancelación total de Artemisa se antoja harto difícil teniendo en cuenta que China va a ir a la Luna sí o sí en 2030 (y antes, en 2028, llevará a cabo una misión tripulada alrededor de nuestro satélite). Naturalmente, desde el punto de vista político todo es posible, pero sinceramente no veo a Trump «regalando» la Luna a China en plena Guerra Fría 2.0. Una alternativa obvia es un programa tripulado bífido, con una rama enfocada en Marte dirigida por SpaceX y otra en la Luna que estaría a cargo del resto de grandes empresas involucradas actualmente (Boeing, Blue Origin, ULA, Lockheed Martin, Northrop Grumman, etc.). Blue Origin ya está desarrollando el módulo lunar Blue Moon Mark 2 para la NASA —en principio debía volar en la misión Artemisa V— y el resto de la arquitectura lunar podría seguir intacta sin SpaceX. Incluso se podría mantener la estación Gateway y cancelar el SLS, usando en su lugar el cohete New Glenn de Blue Origin —quizá junto con el Vulcan de ULA— para enviar la nave Orion a la Luna.
Y así todos contentos. El problema con esta alternativa es el dinero. SpaceX no puede ir sola a Marte. Una misión tripulada al planeta rojo necesita reactores nucleares, sistemas de soporte vital avanzados, equipos de ISRU complejos y otras tecnologías tremendamente costosas. La NASA tiene varios programas en marcha para construir estos sistemas, pero necesitaría un presupuesto mucho mayor del que ha recibido estos años para acometer dos programas espaciales de este calibre al mismo tiempo. Por eso otra opción sería introducir un programa Artemisa menos ambicioso, sin bases lunares y con una frecuencia mucho menor de misiones. De esta forma se daría respuesta al desafío lunar de China al mismo tiempo que se liberarían recursos para el programa marciano.
Una diferencia clave entre la Luna y Marte es que en el planeta rojo EE. UU. espera menos, o más bien ninguna, competencia. Pero, ojo, siempre que lleguen antes de 2040, porque a partir de ese año es cuando China también planea lanzar misiones tripuladas a Marte. En todo caso, el dilema está claro. ¿Estamos ante los estertores de Artemisa y el nacimiento de un nuevo programa tripulado marciano, o «simplemente» ante una bifurcación del programa lunar? Pronto lo sabremos. Mientras se deciden, y por simetría con Artemisa, propongo que la NASA bautice el nuevo programa marciano como «programa Atenea».
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