Los calamares pintados
Ya llega un momento en el que el Madrid que me gusta está acotado y me refugio en un Fort Apache de los torreznos y el vinazo. Un Madrid en el que no se soportan muchos 'esnobismos'. Quizá sea una nostalgia de un Madrid que, en su fuero interno, quiere cambiarse, tunearse: venderse como una ciudad global que olvida su origen humilde y menestral. Habla uno con urbanistas, y les comprende a ratos. Pero el Madrid por el que uno se enamoró era el de los bocadillos de calamares pintados en la cristalera de los bares, de forma más o menos dadaísta pero eficaz. Si el camarero era soso, o malencarado, o había servilletas y cabezas de gambas en el... Ver Más
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