De vuelta a casa en el autobús a mediodía
Hasta donde puedo, procuro pasar inadvertido, pero no siempre lo consigo. Cada cierto tiempo es inevitable caer en algún follón. Es la ley del autobús escolar.
Hemos vuelto del colegio otra vez en el autobús grande y nuevo de Castellanos. Esta vez el ambiente era el de casi siempre. Empujones, capones, algún que otro manotazo subido de tono e insultos diversos a veces infantiles y a veces para hacer daño de verdad. Sálvese quien pueda. Esta vez el chófer no era Castellanos, sino alguien que debe de trabajar para él. Se ve que tiene más paciencia. Bueno, o que no quiere meterse en nuestras peleas infantiles. No nos ha reñido en ningún momento.
Es evidente que dentro del autobús lo que marca la ley es la edad. Los mayores nos hacen trizas a los pequeños. En el colegio ahora mismo solo hay clases hasta octavo de EGB. He oído que va a haber también BUP y COU, pero eso a mí me suena no ya a mayores, sino directamente a otra galaxia. Ni sé lo que es. El caso es que en el autobús tengo por encima a los que van de quinto a octavo y, por debajo, me quedan los de primero a tercero. Por poco, pero me toca más a recibir que a dar. Hasta donde puedo, procuro pasar inadvertido, pero no siempre lo consigo. Cada cierto tiempo es inevitable caer en algún follón.
Tras el repaso para ver si faltaba alguien, el autobús ha cogido la recta de Barakaldo al Valle. El trayecto atraviesa toda la zona de fábricas de la Balco. Aunque se ve actividad, cada día parece más triste toda esa zona. Es cierto que la mayor parte de los días ni nos fijamos porque nadie mira por las ventanillas a sabiendas de que dentro tienes que andar atento para salir indemne del combate. Hasta casa son unos veinte minutos. Un viaje que hago cuatro veces al día, dos para ir y dos para volver. Porque yo como en casa, no en el comedor, como hace mi hermana en su colegio, por ejemplo.
Tras dejar bastante gente en las paradas que hace en el Valle, yo soy el siguiente en bajar. Soy el único de Urioste. Luego quedan los que son de Ortuella o incluso de Gallarta. Esos sí que tienen un viaje largo. La mayoría se quedan en el comedor. Por eso en el viaje del mediodía todo suele ir mucho más pacífico. No quiero decir que los de Ortuella y Gallarta sean más bestias. Es tan solo una cuestión de que vamos menos chavalería en el autobús y no hay que pelear por el asiento. Porque buena parte del follón del autobús tiene que ver con que no hay asientos para todos. Pero todos debemos ir en los asientos. Nadie puede ir en el pasillo. De ahí los contactos obligados entre nosotros. O sea, el follón.
Tengo que comer rápido. No sobra mucho tiempo para coger de nuevo del autobús para las clases de la tarde en el colegio.
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